EL NUEVO LIBRO DE HAROLD BLOOM
Raros placeres de la lectura
Audaz y original, cada obra suya terminó en polémica. En "Cómo leer y por qué", el prestigioso crítico estadounidense inicia otro debate al promover la literatura como una forma de aliviar la soledad.
TERRY EAGLETON
Harold Bloom fue alguna vez un crítico interesante. En la década de 1970 desarrolló una extravagante teoría de la creación literaria, según la cual todo autor libraba un combate edípico con algún predecesor poderoso. La literatura era resultado de rivalidades y resentimientos. Acuciados por lo que Bloom llamaba la "angustia de las influencias", los poetas buscaban imponerse ante algún precursor "fuerte" mediante la reescritura de su texto como propio. Toda obra literaria era una suerte de plagio, una mala lectura creativa de intentos anteriores. Wordsworth trataba de acabar con Milton y Shelley luchaba con Shakespeare. El significado de un poema era otro poema.Tal como observó Henry Fielding respecto de la creencia de que los buenos recibirían su recompensa en este mundo, esta teoría tenía un solo inconveniente: que no era verdad. Era, sin embargo, original, audaz y emocionante. Un toque de inverosimilitud no la perjudicaba en lo más mínimo. Lo que hacía era combinar una idea tradicional de la literatura con una moderna, obteniendo de esa manera lo mejor de ambos mundos.La literatura seguía siendo un ámbito de grandes tradiciones y gigantes solitarios, tal como había sido para los primeros estetas de Oxbridge como Sir Arthur Quiller-Couch; pero estos poderosos patriarcas se veían ahora lanzados a un antagonismo muy freudiano. Bloom era un romántico militante que hablaba en nombre del genio, la inspiración y la imaginacion creativa en un mundo cínicamente posmoderno. Tal mensaje podría abrirse paso en ese mundo sólo si se lo dotaba de una adecuada vuelta de tuerca sombría. Todavía había héroes, maestros y discípulos literarios, pero lo que hacían éstos ahora era deconstruirse unos a otros.Entonces, como ahora, Bloom sentía un profundo desprecio por la crítica histórica. Los grandes escritores no necesitaban un contexto histórico, no más de lo que un caballero necesitaba comprar su propia mermelada. Era evidente, sin embargo, que la crítica de Bloom tenía un fuerte condicionamiento social. Estos guerreros poéticos trabados en viril combate eran buenos empresarios tradicionales estadounidenses con ropaje literario, los Davy Crocketts y Donald Trumps espirituales que modelaban el mundo a su antojo.loom hablaba en nombre de la humanidad con acento neoyorquino. La poesía se había convertido en una suerte de Wall Street del alma, llena de operadores de bolsa impetuosos que estaban decididos a barrer con la vieja guardia. La ira de Bloom ante las limitaciones materiales, su confianza en la voluntad indómita, eran tan estadounidenses como el pastel de cerezas. Lo que pasaba era que el creía que se trataba de una verdad universal.La rueda de la crítica, sin embargo, ya dio una vuelta completa. Horrorizado ante los excesos teóricos a los que él tanto contribuyó, en el umbral de los setenta años Bloom volvió a la escuela crítica que se basa en citar y venerar. En realidad, retrocedió a un nivel de banalidad crítica que habría avergonzado incluso a Quiller-Couch.Cómo leer y por qué es un recorrido por algunos de los poemas, obras teatrales y novelas predilectos del autor, travesía durante la cual se aburre al lector con lentas reseñas de tramas o citas absurdamente largas, a las que agrega luego algunos comentarios livianos y superficiales. Así, Maupassant es "maravillosamente legible", los placeres de la gran poesía son "muchos y diversos", mientras que "Shelley y Keats eran poetas muy diferentes y no eran muy amigos".Se nos insta a recitar un poema en voz alta varias veces y, en un rapto de perspicacia moral, se nos dice que "en el San Petersburgo de Raskolnikov, al igual que en la Escocia hechizada de Macbeth, también nosotros podríamos cometer asesinatos". Se nos enseña además que "básicamente, la ironía significa decir una cosa queriendo decir otra" y que es muy recomendable, si bien este libro, que es de una increíble pomposidad, quedaría hecho trizas ante el más mínimo embate de ésta.Sería benévolo pensar que Bloom escribe de manera tan solemne y altisonante porque busca atraer al lector medio. Da muestras de un admirable empeño por rescatar la literatura de los arcanos ritos de la academia de los Estados Unidos y devolverla a un público más amplio. De todos modos, no se puede evitar sospechar que este tortuoso recorrido por lugares comunes es lo mejor que puede escribir en este momento. Al igual que en toda su obra, tras el heroísmo se advierte cierta desesperación. La literatura es la última fuente de valor en un mundo degradado, el único antídoto para una academia obsesionada con el travestismo, los cruces y el multiculturalismo. Bloom tiene razón cuando critica a la academia de los EE.UU. y afirma que padece de una obsesión sexual, pero si lo único que nos separa del suicidio es la literatura, entonces bien podríamos suicidarnos.Después de leer el poema de Browning Childe Roland, Bloom comenta que "renovamos y ampliamos el yo, a pesar de su desesperación y de su cortejo suicida del fracaso". Leer es una especie de inyección de confianza o fortalecimiento espiritual, un fetiche estadounidense muy familiar para provenir de un hombre que proclama que odia la ideología.Toda su crítica se basa en la ética del éxito y el terror al fracaso. "El creador de Sir John Falstaff, de Hamlet y de Rosalind", nos dice, "también me hace desear ser más auténtico". Hay quienes sostienen con malicia que Bloom ya es lo suficientemente "él", pero el concepto de la lectura como una suerte de autoemprendimiento resulta poco afortunado.¿Por qué necesita Bloom ampliar el yo? "Leemos", sugiere, "no sólo porque no podemos conocer tanta gente, sino porque la amistad es tan vulnerable, tan propensa a reducirse o desaparecer como consecuencia del espacio, el tiempo, las desavenencias y todos los avatares de la vida familiar y amorosa". Por lo que parece, Harold está falto de amigos y lee para compensarlo. Tal vez los aleja con su constante recitado de poemas demasiado largos.Hay, sin embargo, otros motivos para leer además de "aliviar la soledad". Si hay un Bloom que se dedica a la autoterapia, también hay un Bloom que hace las veces de evangelista televisivo, que abunda en una pesada retórica moralista sobre cómo "percibir y reconocer la posibilidad del bien, contribuir a que perdure, darle un lugar en la vida". Bloom podrá idolatrar a Shakespeare con todo el sentimentalismo empalagoso de un admirador adolescente, pero su propio lenguaje puede ser tan barato y trillado como el de Jimmy Swaggart. Este libro nos brinda una serie de razones para leer literatura, pero absolutamente ninguna para leer a Harold Bloom.
Terry Eagleton, profesor de Literatura de la Universidad de Oxford, es autor de "La función de la crítica". (c) The Observer y Clarín, 2000.
Traducción de
Cecilia Beltramo.Harold Bloom (EEUU, 1930)Neoyorquino, hijo de inmigrantes judíos procedentes de la Europa oriental, Harold Bloom (1930) asistió desde su cátedra de Yale al derrumbe de la versión norteamericana del formalismo literario, la Nueva crítica; elaboró su interpretación particular del posestructuralismo, sacralizadora y neorromántica; y ahora se ve arrumbado por los estudios culturales. Ha publicado más de veinte libros, entre ellos el polémico El canon occidental y el reciente Shakespeare, la invención de lo humano (ambos en Anagrama), además de la edición en bolsillo de Cómo leer y por qué (Quinteto), y sigue polemizando con la misma energía que empleó en 1973 para denunciar el academicismo estéril en La ansiedad de la influencia.